‘Ubuntu’: modelos de liderazgo que llegan de África
El mundo post-covid 19 puede legar, como elemento positivo si termina por inocular a la sociedad internacional, un mayor compromiso, una mayor responsabilidad colectiva, una mayor solidaridad incluso: valores todos muy similares y siempre bienvenidos. Por ende, ese escenario podría despejar determinadas tendencias o inclinaciones individualistas, que no siempre producen efectos positivos.
El mundo del coaching viene y va, exporta e importa modelos y hasta modas para entender mejor a las personas y, de ahí, ayudar a su transformación y mejora. Está causando furor en los últimos tiempos un pensamiento que llega de África y, bajo la denominación ‘ubuntu’, hace alusión a todo un modo de trabajar en equipo y a toda una filosofía de liderazgo.
Se trata, insisto, de una concepción de la existencia de raíz africana que parte de la base de que el ser humano en solitario no tiene sentido, ya que la vida se construye y desarrolla gracias a la relación con los demás y, por consiguiente, compartiendo. Diríamos que, bajo este paradigma, se entiende que no tiene cabida cualquier éxito individual que genere malestar grupal.
De la misma forma, se basa el ‘ubuntu’ en tres principios fundamentales: buscar lo que nos conecta con los otros, saber ponernos en el lugar del otro y adoptar siempre la perspectiva más amplia.
El primer caso de aplicación de esta filosofía en la gestión de equipos se atribuye a uno de los entrenadores más respetados del baloncesto americano, Doc Rivers, que en 2008 ganó el anillo de la NBA con los Boston Celtics derrotando a los todopoderosos Lakers. “Les dije a los jugadores que si queríamos ganar nos debíamos sacrificar todos y que las decisiones tenían que ser en beneficio del grupo, aunque no necesariamente fueran las mejores para ti o para mí. Les expliqué que, si alguien quería lanzar siempre a canasta, por muy bueno que fuera, no tenía sitio en el equipo”.
Liderar con esta filosofía es entender las bondades de la suma de esfuerzos, es superar las inseguridades propias del egoísmo y convencerse de que no podemos sentirnos amenazados por el talento ajeno, porque cuanto mejor sean los que nos rodean, mejor seremos nosotros. También es interiorizar la ley de la reciprocidad: todo el valor que seamos capaces de aportar a nuestro entorno nos acabará siendo devuelto con creces. Todas las citadas no son actitudes especialmente fomentadas en España. Por eso tenemos esa asignatura pendiente. Y por eso merece la pena, siempre, trabajar duro para superarla en la reválida. ¿Asumimos el reto?
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