Padece una enfermedad degenerativa que hace que se le salgan la cadera y el hombro, y ha completado una increíble colección de medallas en los paralímpicos de Tokio haciendo saborear las mieles de la gloria, una vez más, a la natación española.
La burgalesa Marta Fernández se ha destapado como la gran revelación en su primera temporada internacional y su primera cita paralímpica. Tiene 27 años, aún no se lo cree, y ha confesado sentir una auténtica locura, además de disfrutar de la experiencia. Nada que haya podido sorprender, si se tiene en cuenta que ya en su debut en el Europeo se había colgado siete medallas, nada menos.
El mensaje de Marta a España y al mundo no puede ser más potente y simbólico: el deporte, por supuesto, puede y debe favorecer la inclusión, y así debe hacerse visible en eventos mundiales con inabarcable repercusión y seguimiento.
Sí. Es verdad que los paralímpicos coinciden con la resaca de los Juegos Olímpicos, y pueden encontrarse a un espectador y a una opinión pública un tanto agotados, sin tanta capacidad para mantener el interés y la atención. Es innegable.
Sin embargo, es importante que contemplemos la parte positiva, los avances, y a mi modo de ver, existen. ¿Se puede favorecer un cambio de mentalidad respecto de la integración de estas personas en la sociedad? ¿Se ponen los cimientos para que se vea con total y absoluta naturalidad, como no puede o no debería ser de otra forma? A mi juicio, sin ninguna duda.
El ejemplo de Marta Fernández y de tantos otros campeones eleva una idea que ya tendría que haber cristalizado: la lucha de las personas con discapacidad va mucho más allá del enfrentamiento contra las barreras arquitectónicas en el día a día; también ellas, por supuesto, abrigan sus sueños, de campeonatos y títulos, de trofeos y medallas; la idea de que el mérito, en el caso de estos superatletas, no tiene parangón… ni conoce límites. ¡Bravo!
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