“En cada entrenamiento, en cada partido, en cada momento importante sus palabras volvían a resonar para nosotros”. La frase es de uno de los mejores delanteros españoles de todos los tiempos, Fernando Torres, y hace referencia en el último documental de Movistar TV a Luis Aragonés, para muchos, el más singular entrenador de la historia.
Con frecuencia, cuando se echa una mirada a su palmarés y su trayectoria como jugador y como técnico pudiera parecer que todo fue para él un camino de rosas. Nada más lejos de la realidad. El documental recoge a la perfección, de una manera emotiva y brillante, tirando de nostalgia y de épica, la formidable resistencia que tuvo que acreditar el sabio de Hortaleza para sobreponerse a toda una legión de críticos.
Fue discutido, increpado, insultado… mucho más que cuestionado. Y creyó en sus principios hasta el final, casi exclusivamente aferrado a un grupo humano (el de Casillas, el de Villa, el de uno de sus máximos admiradores: Xavi) hasta levantar, contra viento y marea, la Eurocopa.
Es verdaderamente conmovedor escuchar el testimonio de sus hijos aludiendo a su sufrimiento, a sus contrariedades, a sus ímprobos esfuerzos para salir adelante cuando su propio jefe en la RFEF le había dado la espalda y anunciado su final, y los hinchas le reprochaban una y otra vez, a vivo grito y a la cara, haber jubilado al gran Raúl.
En efecto, la miel del éxito casi en ninguna circunstancia va asociada a un plácido sendero que se recorre mientras se disfruta. No. Luis fue recio, un precursor de la tan traída y llevada resiliencia. Lo suyo fue mucho más que carácter: un compromiso de mármol, una fe ciega en los resultados del trabajo constante, una entereza casi obligatoria para defender y hacer prevalecer las decisiones más impopulares. Su ejemplo (deportivo pero sobre todo humano) nunca debería olvidarse. Nos conviene.
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