La lucha inacabable contra el síndrome ‘burnout’
Los estigmas y los tabús referidos a la salud mental de los deportistas son cosa del pasado. Por fortuna. Es verdad que en este 2021 el caso más sonado ha sido el de Simone Biles, pero otros han sufrido casos similares. Ahí queda el de Kiko Femenía, del Hércules, que sufrió un ataque de ansiedad en su debut en Primera, sólo superado gracias a la ayuda de sus compañeros. Rafael Muñoz, nadador olímpico español, cayó por su parte en una depresión cuando se encontraba en la cima de su carrera con tan solo 21 años.
En los últimos tiempos se ha puesto el foco y se ha normalizado tanto en la figura del psicólogo como en la del coach, en paralelo a la del entrenador. No es nuevo que haya deportistas que bajen su rendimiento cuando perciben la competición a la que se tienen que enfrentar, individual o colectivamente, como una amenaza para la que no están preparados, algo superior a sus habilidades o capacidades.
Puede haber un componente de realidad en esta ecuación pero, por lo general, este esquema mental irrumpe como consecuencia de una autoconfianza del atleta que no alcanza el nivel debido: hay un elemento, por tanto, de percepción. A veces se cree que se debería haber entrenado más; en otras, que el rival es mejor; hay casos en los que se le da excesiva importancia al resultado; y otros en los que las expectativas son una soga, una guillotina que atenaza y termina por conducir al fracaso.
La alta competición va ligada intrínseca y directamente a la presión. Ésta no se puede hacer desaparecer de un plumazo, pero sí se puede y se debe gestionar para evitar los bloqueos. Es algo que está en la cabeza, en efecto. Pero que se traduce en un aumento de la tensión muscular, de la presión arterial, de los propios cambios en la respiración… las malas vibraciones y sensaciones llevan a actuaciones manifiestamente mejorables.
El objetivo, trabajando con el deportista tensionado, ha de ser por todos los medios evitar la llegada del síndrome burnout: el castigo con fuertes niveles de ansiedad que impiden el desarrollo y la propia diversión que ha de ir asociada a la práctica del deporte. En situaciones extremas, hay quien llega a odiar algo que amaba y que le hacía inmensamente feliz… y eso nunca debería suceder.
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