El golpe del covid-19 y la hora de la cantera
Los filiales han tenido un sentido históricamente en la Liga española que no vale la pena, por obvio, detallar. Incluso han protagonizado momentos auténticamente insólitos y casi irrepetibles, como el del Castilla de ‘la Quinta del Buitre’ poniendo el mismísimo Santiago Bernabéu, en partidos de Segunda División, patas arriba, generando una exorbitante expectación.
Los estragos que ha producido el covid-19 en el mundo del deporte, que no es ajeno a la sociedad, son innumerables. Pero entre sus efectos colaterales, llamémosles benéficos, está el de haber aupado a los futbolistas de la cantera, de golpe y porrazo, hasta el primer equipo para que pudiese seguir la competición. Ha sido una cuestión casi de absoluta supervivencia.
Así, del orden de setenta canteranos han debutado en lo que va de temporada, lo que no es moco de pavo. Se han vivido, especialmente en el marco de la pasada Navidad, momentos de auténtica tensión, de muchos nervios, de flagrante incertidumbre. Los teléfonos móviles no dejaban de sonar casi al compás que llegaban las pruebas PCR con resultados positivos que, en un goteo que parecía indetenible, disparaban las alarmas.
No sólo el primer equipo tiraba del filial sino que, acto seguido, éste se veía obligado a tirar inevitablemente del juvenil. Los entrenadores se han visto obligados a alterar una y otra vez sus planes, a redibujar y replantear, a inventar de un día para otro esquemas novedosos porque las piezas disponibles sobre el tablero, irremediablemente, cambiaban.
Y, aun así, entiendo que hay que quitarle hierro, dramatismo y carácter traumático a esta dinámica. Al contrario: considero que son estas coyunturas las que permiten demostrar el trabajo, a veces callado y casi invisible, injustamente, que se lleva a cabo en las categorías inferiores.
La exploración del músculo y del talento, su promoción dentro de las mejores plantillas llega con frecuencia de forma imprevista, habitualmente cuando se lesionan estrellas o primeras espadas que dejan paso a quienes están abajo. De ahí que sea tan fundamental mantener la tensión, las pulsaciones adecuadas y toda la capacidad de fuego, junto a la entereza mental, cuando se pide paso. Puede ponerse el semáforo en verde… en el momento más inesperado.
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